Dice el verso 10, en 1 Crónicas 4, que Jabes comenzó su
invocación exclamando: ¡Oh! Esta expresión nos muestra que la oración de Jabes
no era cualquier oración, sino una del corazón. Ese “¡Oh!” puede sonar a un
“¡Oh!” de queja, pero cuando vamos al texto en el original, vemos que es un
“¡Oh!” de urgencia, de deseo, de pasión. Aquello que Jabes estaba pidiendo era
algo que él verdaderamente deseaba.
Las oraciones que le estás haciendo a Dios hoy, ¿son
oraciones de cosas que verdaderamente tú deseas, y que sabes que Dios te las
puedes conceder? ¿O son oraciones de intentar a ver si sucede?
Jabes sigue diciendo: Si me dieras bendición. Jacob, un
hombre que también había sido nombrado incorrectamente, también hizo esta
oración. Jacob cargaba un nombre que significaba “estafador”. Y en el momento
más difícil de su vida, vio una escalera por la que ángeles bajaban y subían, y
al otro día se levantó y dijo: ¡Oh Señor, si tú me bendices en el camino que
voy!
Ese “¡Oh!” proviene de alguien que realmente ha tocado
fondo, y que sabe que el único que puede responder es Dios, y que quiere
realmente lo que Dios está dispuesto a darle. Esa oración no la hace todo el mundo.
Esa oración la hacen los Jacobs de la vida, los Jabes de la vida.
Esta expresión no es solo pidiendo una bendición, sino
pidiendo que Dios los lleve a otro nivel de bendición. Porque ya Jabes era un
hombre honorable. Jabes era ya un bendecido. Había alcanzado y logrado ciertas
cosas, pero pedía con urgencia llegar al nivel que Dios lo quería llevar. Lo
mismo que estaba pidiendo Jacob.
Jacob deseaba tanto su bendición, que estaba dispuesto a
pelear con un ángel. El problema de mucha gente es que no están dispuestos a
pelear por nada. El problema que tiene la iglesia hoy es la dependencia
únicamente de la gracia de Dios.
En el Nuevo Testamento vemos dos cosas a las que un creyente
tiene derecho: dones, y recompensas. Pablo escribe dos cartas muy similares,
pero a dos públicos diferentes. Una es la carta de Romanos, y la otra es la
carta de Hebreos.
En el libro de Hebreos, Dios no es el Dios que da dones,
sino el Dios que galardona. El Dios al que le servimos es el Dios que hace dos
cosas: da dones, y da galardones. Pero los galardones no se dan si no se tiene
una victoria, si no se lucha. Y el problema de muchos cristianos es que
únicamente están buscando los dones gratuitos, la gracia, porque no están
dispuestos a buscar la recompensa. Y el libro de Hebreos es para gente que
busca recompensa.
El libro de Hebreos no fue hecho para no cristianos. En
cambio, el libro de Romanos fue hecho para no cristianos, gente que no conocían
la gracia que salvaba.
El libro de Hebreos es para gente que quieren permanecer en
medio de los problemas, gente que tienen cuidado de su salvación, gente que
están buscando, no tan solo los dones de Dios, sino también la recompensa,
gente que están dispuestos a luchar con pasión por lo que Dios tiene para
darles.
Por eso muchos llegan a la iglesia, y después dejan de
asistir. Porque lo que están buscando es la vida fácil. Hay mucha gente con
dones, pero vagos. Cuando eres cristiano, tienes que trabajar igual.
La recompensa no es para todo el mundo. La recompensa es
para aquellos que se atreven a pelear contra Goliat, para los que se atreven
salir a la batalla y luchar. Tiene que haber pasión en tu vida.
Jacob y Jabes son ejemplos de personas que quieren algo con
urgencia. Jabes no pidió que Dios le cambiara el nombre. Jabes se siguió
llamando Jabes toda la vida. La oración de Jabes no era la oración de un vago.
Jabes no dijo: Cámbiame el nombre, o cambia mis circunstancias. Jabes dijo:
Bendíceme. Y lo hazlo con urgencia. Pidió protección, y la pidió con urgencia.
El Dios al que le servimos te quiere bendecir más allá de
tus memorias, por encima de tus recuerdos. Dios no tiene que borrar tu pasado.
Aunque te sigas llamando Jabes, aunque te sigas llamando “dolor”, Dios te
quiere bendecir, por encima de todas esas cosas.
Jacob y Jabes son ejemplos de personas cuyas circunstancias
no reflejaban lo que Dios les había prometido, y ellos decidieron no quedarse
en sus circunstancias, sino luchar sus caminos, hasta alcanzar todo lo que Dios
tenía para ellos.
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